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viernes, 21 de marzo de 2014

La imperiosa necesidad de un cambio (Iván Favereau U.)



Gracias a este blog hemos ido conociendo una serie de visiones y opiniones que dan cuenta del profundo anhelo de cambio existente entre un importante número de funcionarios del Servicio Exterior de Cancillería. Creo, asimismo, que tal anhelo se extiende hacia un número igualmente importante de funcionarios profesionales y administrativos del MINREL, espectadores también del progresivo anquilosamiento  que vive nuestra institución.

Como ya se ha dicho en varios otros artículos, tal proceso no se inició hace un par de años sino más bien hace varias décadas atrás.  Ya en 1948 nuestro Premio Nobel, Pablo Neruda, hacía una mordaz crítica a nuestra estructura funcionaria  en su poema “Diplomáticos” al señalar que “Si usted nace tonto en Rumania sigue la carrera de tonto/ si usted es tonto en Avignon/  su calidad es conocida/ por las viejas piedras de Francia,/ por las escuelas y los chicos irrespetuosos de las granjas./ Pero si usted nace tonto en Chile/ pronto lo harán Embajador” (ver poema completo en http://www.literatura.us/neruda/general.pdf , p.227).

Las palabras de Neruda dan cuenta que ya hace más de 60 años nuestra diplomacia evidenciaba señales de poseer una cultura organizacional decimonónica con lastres que perviven hasta hoy. Cuesta entender, por lo tanto,  que tan poco se haya hecho desde entonces por  su modernización y actualización a los requerimientos del mundo contemporáneo.

Es cierto que durante el período de la dictadura militar no hubo espacio ni incentivos para impulsar debates ni cambios. El temor reverencial existente hacia la autoridad atentó contra la libre expresión de ideas transformándonos en un cuerpo de civiles jerarquizados, obedientes y no deliberantes. Parte de esta cultura, debemos reconocer, sigue presente en nuestro MINREL.

No obstante, el mundo cambió -y dramáticamente- en mucho aspectos.  La obediencia y no deliberación a todo evento de aquella época pasó de ser una actitud considerada como virtuosa por la autoridad a una peligrosa característica que ha terminado por crear una imagen generalizada y distorsionada de nuestro Servicio Exterior que, en muchos casos, es percibido como un cuerpo funcional a la administración de turno pero incapaces de aportar conocimiento y experiencia en la definición de nuestra política exterior.  Asimismo, la imposición por años de un sistema de jerarquías basado únicamente en la antigüedad ha inhibido el desarrollo de los talentos profesionales de quienes han hecho un esfuerzo por formarse adecuadamente.

Desde 1990 en adelante se ha hecho poco. Cambios profundos que permitan un lineamiento estratégico para enfrentar los desafíos internacionales de las próximas décadas no han ocurrido. Es cierto que nuestra diplomacia puede exhibir importantes logros durante todo este tiempo, sin embargo, resulta evidente el agotamiento que sufre esa diplomacia ultra jerárquica, elitista y versallesca, que malamente estructura nuestras formas de trabajo y que hace tiempo fue superada en aquellos países más desarrollados de nos sirven de guía. Asimismo, es clara la progresiva pérdida de espacios que afecta a nuestro MINREL como principal actor de la política exterior de Chile frente a otras instituciones del aparato público y también privadas.

Si a lo anterior sumamos la incapacidad de este sistema por auto renovarse estamos entonces frente a una “tormenta perfecta” que, inevitablemente, golpeará las estructuras de organización del MINREL. El progresivo ingreso de estudiantes a la Academia Diplomática con niveles de calificación profesional cada vez más alto exige que quienes conducen nuestra Cancillería entiendan esta realidad y asuman la tarea de llevar adelante una profunda reestructuración de esta institución. No existe otra opción si pretendemos conservar cierto “monopolio” en el manejo de las relaciones internacionales de Chile.

Por ello, los cambios que parecen estar introduciéndose estarían apuntando en el sentido correcto al nombrar como embajadores a funcionarios con calificaciones profesionales probadas que permiten elevar los estándares de todo el Servicio Exterior. Es cierto que la posesión de un título profesional no asegura un desempeño exitoso en la alta diplomacia y existen varios ejemplos de reconocidos embajadores -formados en nuestra Academia Diplomática- que han hecho un gran aporte a nuestra política exterior. Pero  la experiencia y el criterio que se puede adquirir con años de servicio, sin duda, se verán reforzados y complementados positivamente por una base de conocimientos especializados capaces de producir una sinergia que debiera ser una de las principales fortalezas que precisamente caracterice a los funcionarios del Servicio Exterior de Chile.

Más allá de los reparos y problemas que provocará, el cambio es necesario. Si pretendemos continuar siendo un actor decisivo en la política exterior de nuestro país debemos adaptarnos rápidamente a los nuevos tiempos. Para quienes compartimos estas ideas el cambio propuesto resulta un deber ético que hoy debemos impulsar. Si no lo hacemos, más temprano que tarde los futuros diplomáticos chilenos nos enrostrarán nuestra incapacidad de actuar y preocuparnos por el futuro del MINREL.

Iván Favereau U.

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