Gracias a este blog hemos ido conociendo una serie de
visiones y opiniones que dan cuenta del profundo anhelo de cambio existente
entre un importante número de funcionarios del Servicio Exterior de
Cancillería. Creo, asimismo, que tal anhelo se extiende hacia un número igualmente
importante de funcionarios profesionales y administrativos del MINREL,
espectadores también del progresivo anquilosamiento que vive nuestra institución.
Como ya se ha dicho en varios otros artículos, tal proceso no
se inició hace un par de años sino más bien hace varias décadas atrás. Ya en 1948 nuestro Premio Nobel, Pablo Neruda,
hacía una mordaz crítica a nuestra estructura funcionaria en su poema “Diplomáticos” al señalar que “Si usted nace tonto en Rumania sigue la
carrera de tonto/ si usted es tonto en Avignon/ su calidad es conocida/ por las viejas piedras
de Francia,/ por las escuelas y los chicos irrespetuosos de las granjas./ Pero
si usted nace tonto en Chile/ pronto lo harán Embajador” (ver poema
completo en http://www.literatura.us/neruda/general.pdf
, p.227).
Las palabras de Neruda dan cuenta que ya hace más de 60 años
nuestra diplomacia evidenciaba señales de poseer una cultura organizacional
decimonónica con lastres que perviven hasta hoy. Cuesta entender, por lo tanto,
que tan poco se haya hecho desde entonces
por su modernización y actualización a
los requerimientos del mundo contemporáneo.
Es cierto que durante el período de la dictadura militar no
hubo espacio ni incentivos para impulsar debates ni cambios. El temor
reverencial existente hacia la autoridad atentó contra la libre expresión de ideas
transformándonos en un cuerpo de civiles jerarquizados, obedientes y no
deliberantes. Parte de esta cultura, debemos reconocer, sigue presente en
nuestro MINREL.
No obstante, el mundo cambió -y dramáticamente- en mucho
aspectos. La obediencia y no deliberación
a todo evento de aquella época pasó de ser una actitud considerada como
virtuosa por la autoridad a una peligrosa característica que ha terminado por
crear una imagen generalizada y distorsionada de nuestro Servicio Exterior que,
en muchos casos, es percibido como un cuerpo funcional a la administración de
turno pero incapaces de aportar conocimiento y experiencia en la definición de
nuestra política exterior. Asimismo, la imposición
por años de un sistema de jerarquías basado únicamente en la antigüedad ha inhibido
el desarrollo de los talentos profesionales de quienes han hecho un esfuerzo
por formarse adecuadamente.
Desde 1990 en adelante se ha hecho poco. Cambios profundos
que permitan un lineamiento estratégico para enfrentar los desafíos internacionales
de las próximas décadas no han ocurrido. Es cierto que nuestra diplomacia puede
exhibir importantes logros durante todo este tiempo, sin embargo, resulta
evidente el agotamiento que sufre esa diplomacia ultra jerárquica, elitista y
versallesca, que malamente estructura nuestras formas de trabajo y que hace
tiempo fue superada en aquellos países más desarrollados de nos sirven de guía.
Asimismo, es clara la progresiva pérdida de espacios que afecta a nuestro
MINREL como principal actor de la política exterior de Chile frente a otras
instituciones del aparato público y también privadas.
Si a lo anterior sumamos la incapacidad de este sistema por
auto renovarse estamos entonces frente a una “tormenta perfecta” que,
inevitablemente, golpeará las estructuras de organización del MINREL. El
progresivo ingreso de estudiantes a la Academia Diplomática con niveles de
calificación profesional cada vez más alto exige que quienes conducen nuestra
Cancillería entiendan esta realidad y asuman la tarea de llevar adelante una
profunda reestructuración de esta institución. No existe otra opción si
pretendemos conservar cierto “monopolio” en el manejo de las relaciones
internacionales de Chile.
Por ello, los cambios que parecen estar introduciéndose estarían
apuntando en el sentido correcto al nombrar como embajadores a funcionarios con
calificaciones profesionales probadas que permiten elevar los estándares de
todo el Servicio Exterior. Es cierto que la posesión de un título profesional
no asegura un desempeño exitoso en la alta diplomacia y existen varios ejemplos
de reconocidos embajadores -formados en nuestra Academia Diplomática- que han
hecho un gran aporte a nuestra política exterior. Pero la experiencia y el criterio que se puede adquirir
con años de servicio, sin duda, se verán reforzados y complementados
positivamente por una base de conocimientos especializados capaces de producir
una sinergia que debiera ser una de las principales fortalezas que precisamente
caracterice a los funcionarios del Servicio Exterior de Chile.
Más allá de los reparos y problemas que provocará, el cambio es
necesario. Si pretendemos continuar siendo un actor decisivo en la política
exterior de nuestro país debemos adaptarnos rápidamente a los nuevos tiempos.
Para quienes compartimos estas ideas el cambio propuesto resulta un deber ético
que hoy debemos impulsar. Si no lo hacemos, más temprano que tarde los futuros
diplomáticos chilenos nos enrostrarán nuestra incapacidad de actuar y
preocuparnos por el futuro del MINREL.
Iván
Favereau U.
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